14 junio 2024

Ideas dispersas en torno al trabajo del natural y de fotografías


Van aquí algunas ideas dispersas en torno al trabajo a partir del natural y el trabajo a partir de fotografíasintentando en la medida de lo posible no asumir jerarquías, gritar verdades ni posicionar iglesias.

Como alguien que ha laburado y labura en ambos registros, y ha tenido momentos felices y enojosos con ambas (los enojos son propios de cuando las cosas no van como queremos, o la sorpresa de lo que aparece nos resulta poco grata), en los últimos años he ido observando con insistencia y recurrencia algunas cuestiones que suceden cuando trabajamos en alguna de estas modalidades, y encuentro la ocasión propicia para compartirlo.

Primera obviedad
Trabajando del natural (especialmente con personas), el acto de pintar resulta menos privado y más colaborativo que cuando trabajamos a partir de una foto. Pero atención, un trabajo de naturaleza muerta puede hacerse en privado y replicar algo de esta relación de uno con uno mismo. Pero diría que incluso en este caso los objetos del natural adquieren presencia, nos invitan a un diálogo que es más difícil que suceda con la fotografía. El trabajo con la fotografía tiende a asumir con más facilidad la forma del monólogo. 

Segunda obviedad 
El mundo del color, del valor y el croma es mucho más sutil y más rico en el natural. Usualmente incluso siguen lógicas opuestas. Salvo excepciones, la fotografía no profesional (y buena parte de la profesional, pero esto ya por intenciones estéticas más que posibilidades técnicas) suele quemar las luces y subir el croma en el medio tono y en las sombras, mientras que -en líneas generales- la realidad se comporta de modo exactamente opuesto.

A favor de la fotografía, ésta con sus artifacts puede sugerir cambios de temperatura, variaciones exageradas o dificiles de apreciar en el natural, y tiende a agrupar los valores de modo simplificado, lo que puede resultar de utilidad a la hora de un primer pantallazo. El problema es que este agrupamiento no está ordenado ni por una estricta lógica de la forma ni por caída de la luz, sino por simple contigüidad tonal.

Tercer asunto
El dibujo, en su estricto aspecto (que no es el único) de lectura de ángulos, alineaciones, formas abstractas y especificidad de arabescos, suele simplificarse si trabajamos de fotografía. Es decir, su "captura" es más sencilla y práctica. Cómo contraparte, la comprensión tridimensional tiene que estar todo el tiempo suplementada e informada con conocimiento pre-existente. Del natural, la tridimensionalidad se impone, pero requiere de todos modos voluntad de leerla, disposición a moverse y ver desde otros ángulos. Y sin información y entrenamiento previo para detectar, organizar y jerarquizar lo que aparece, lo rico y múltiple de lo real caotiza o puede no aprovecharse. 

Por último, tres cosas personales 
(ah porque lo anterior no lo era)

Pintando tonalidades de la piel, 90% de las veces que lo hago del natural me sorprendo descubriendo y redescubriendo que todo es más oscuro de lo que mi intención originaria pretendía. 

No estoy seguro si esto sea atribuible a cierta herencia fotográfica o más bien al insidioso asalto de lo simbólico, ideas inconscientes y siempre combatidas  -pero lo reprimido siempre está volviendo- sobre "el color de la piel". Si ambas tienen su parte, sospecho que un poco más le corresponde a la segunda

Pintando del natural, lo que veo me sugiere más fácilmente ideas interpretativas respecto a posibles direcciones de la pincelada, ideas sobre  la forma, la caída de la luz y opciones respecto a cómo sugerir una u otra. La fotografía tiende a facilitar ponerme en modo copia óptica-tonal, y tengo que estar activa y conscientemente combatiéndolo para salir de ahí


Por último 
En el trabajo del natural ocurre algo del orden de la experiencia que va más allá del resultado de la pintura y que me resulta infinitamente grato. En mi caso, como apenas hago objetos o paisajes, este acto trae siempre experiencias compartidas con otros: hace comunidad y crea compañía.

De fotografía la soledad aumenta, pero ojo, como la vieja metáfora filosófica del erizo, somos criaturas que necesitamos poder ir y venir entre lo gregario y lo aislado. Así que al menos para mí, ese momento de encierro individual tiene también su encanto.